F. Fukuyama

Francis Fukuyama


Fukuyama (60 años) es un cientista político, economista política y escritor estadounidense. Es conocido por su libro "The End of History and the Last Man" (1992) donde argumenta que el desarrollo de democracias liberales y del capitalismo de libre mercado de Occidente y su estilo de vida podría ser señal del punto final de la evolución sociocultural de la humanidad y convertirse en la forma final de gobierno humano.

Su libro siguiente, "Trust: Social Virtues and Creation of Prosperity" (1995) modifica su posición original y reconoce que la cultura no puede ser separada de la economía. Fukuyama está relacionado con el movimieno neoconservador, aunque últimamente se ha distanciado de él. Es miembro del Center on Democracy, Development and the Rule of Law en la Universidad de Stanford (información en base a Wikipedia).

Martin Harding presentará el libro "The End of History and the Last Man" (1992).


RESUMEN: The End of History and the Last Man (edición de free press, 2006; primera vez publicado en 1992). Francis Fukuyama.

Introducción:
El autor plantea que las democracias liberales modernas constituyen el punto culmine de la evolución ideológica del hombre, y la estructura final de gobierno de las sociedades desarrolladas. Este gobierno se sustenta sobre dos principios fundamentales: libertad e igualdad. Formas de gobierno anteriores sufrían de contradicciones fundamentales para la satisfacción estos dos principios, mientras que las democracias liberales son libres de éstas. Las democracias modernas pueden diferir en el grado en que cumplen estos principios, pero no son susceptibles de contradicciones fundamentales que impidan alcanzarlos. Luego, la principal tesis es que con el transcurso del tiempo, cada vez más naciones irán convergiendo hacia una democracia liberal. Naturalmente, el proceso de convergencia puede ser muy distinto en cada caso, pero lo relevante es que la historia “termina” en el sentido que la democracia liberal es la última etapa del desarrollo ideológico.

Hay dos razones fundamentales que explican la convergencia de las sociedades modernas hacia la democracia liberal; una eminentemente económica y otra que tiene que ver con la naturaleza humana. La primera se refiere a que el progreso tecnológico alcanzado en el último siglo, impulsado principalmente por el avance en las ciencias naturales, lleva a las sociedades a organizarse en el marco del sistema capitalista, en que priman los criterios de funcionalidad y eficiencia. En la medida que las organizaciones sociales tradicionales (sectas, tribus, familias, etc.) son reemplazadas por organizaciones basadas en criterios productivos, se sientan las bases para establecer un gobierno democrático liberal. La segunda se refiere a lo que el autor denomina “struggle for recognition” (SFR), y es que todos los seres humanos deseamos ser reconocidos como tales por otros seres humanos. En efecto, la primera razón, el progreso tecnológico impulsado por el deseo y la racionalidad de los hombres, es suficiente para explicar el proceso de industrialización, pero no la transición hacia la democracia. Es la segunda razón, el deseo de mutuo reconocimiento, es el que finalmente determina que las sociedades industriales se organicen como democracias.

Primera parte:
La primera parte del libro hace un resumen de la evolución política de los principales referentes durante el siglo XX. Al mirar la primera parte del siglo se obtiene una visión totalmente pesimista de la situación política en la mayor parte del mundo. Regímenes imperialistas forjados en el siglo XIX darían inicio a la Primera Guerra mundial en 1914; luego, los gobiernos autoritarios que surgen producto de la configuración post Guerra se enfrentan en una Segunda Guerra Mundial. Tanto los regímenes imperialistas del siglo XIX, como los comunistas, fascistas y nacionalistas del XX enfrentan contradicciones fundamentales que hacen prever a priori que a la larga serían reemplazados por regímenes superiores, como la democracia liberal. Todos estos regímenes están basados, por definición, en un estado extremadamente fuerte, que coarta las libertades individuales y falla en reconocer a distintos seres humanos como “iguales”, atentando finalmente contra su dignidad. Este tipo de regímenes funciona en situaciones de extrema incertidumbre, toda vez que provee un sentimiento de seguridad a los ciudadanos. Los totalitarismos se caracterizan por un elevado nivel de control del Estado sobre la mayoría de los aspectos relevantes para la vida en sociedad; sin embargo, a la postre falla en controlar el pensamiento de los ciudadanos, y los regímenes se hacen insostenibles cuando los ciudadanos comienzan a luchar por defender su derecho a la libertad y a ser reconocidos dignamente como iguales. El siglo XX nos muestra que todos los regímenes que adolecen de contradicciones fundamentales para implementar los principios de libertad e igualdad terminan por desaparecer, y son reemplazados por regímenes democráticos en distintos grados. Este siglo nos muestra, con muchas y fuertes señales, que la democracia liberal comienza a jugar un rol fundamental en nuestra historia.

Segunda parte:
La segunda parte del libro explica el concepto de fin de la historia en detalle. Primero que todo, es estrictamente necesario comprender cómo es que evoluciona la historia humana para poder hablar del “fin” de la misma. Hablar del fin de la historia tiene sentido en la medida que ésta se enmarque dentro de patrones direccionales (que apuntan en una determinada dirección) y acumulativos (que van incorporando sistemáticamente información pasada). El autor señala que el único campo de los desarrollados por el hombre que es inequívocamente direccional y acumulativo es el de las ciencias naturales. Es acumulativo porque todo nuevo conocimiento se desarrolla sobre la base de los conocimientos ya adquiridos, y estos últimos jamás desaparecen. Es direccional porque está orientado a incrementar los niveles de bienestar o cumplir los deseos de aquellos que lo desarrollan. Esto establece, a su vez, la conexión entre la naturaleza y el desarrollo de la historia; en efecto, el deseo de los humanos por alcanzar mayores niveles de prosperidad, amparado en las ciencias naturales, le da el carácter direccional a la historia. Una historia cíclica (o aleatoria) sería posible sólo si creemos que es posible que algún evento pueda hacer desaparecer a una civilización íntegramente, sin dejar rastro alguno para las civilizaciones siguientes.

Si bien las ciencias naturales y el deseo de progreso son capaces de impulsar procesos de industrialización, no es obvio que estos proceso deban también culminar en democracias liberales. Sin embargo, hay argumentos que sugieren que la industrialización si promueve estos regímenes; el más potente se refiere a que en economías industrializadas se produce la consolidación de una clase media, educada y que lucha por sus derechos de participación política. Esto hace que los regímenes autoritarios terminen dando paso (por diversos caminos) a sistemas democráticos. En suma, en última instancia es el deseo del ser humano de vivir en un sistema que brinda reconocimiento y valoración de la dignidad humana el que provee el impulso para instaurar sociedades democráticas.

El autor se basa en las ideas de Hegel y Marx acerca de la historia como un proceso direccional para establecer su tesis. Tanto Hegel como Marx postulaban que existe un “fin” de la historia, en que no  hay contradicciones fundamentales en el orden social alcanzado, y se llega al punto de desarrollo culmine de la humanidad. En el caso de Marx su idea de sociedad culmine es bastante clara: la llamada utopía marxista. Fukuyama argumenta que esta idea sufre de contradicciones fundamentales toda vez que la incapacidad de procesar eficientemente la información asociada al sistema productivo genera pobreza, y el empobrecimiento sistemático de los trabajadores los lleva a un estado de revolución. Por esta razón los regímenes marxistas han sido paulatinamente reemplazados por regímenes democráticos liberales.

Tercera parte:
La tercera parte del libro se detiene detalladamente sobre la naturaleza del hombre y sus implicancias sobre la organización de éste en sociedad. La argumentación de Fukuyama está principalmente basada en la idea de Hegel acerca de la naturaleza del hombre, en cuanto a que existe un deseo de reconocimiento que Hegel llama “struggle for recognition” (SFR), que es el que motiva a los seres humanos en todo quehacer. Este deseo está fundamentalmente asociado un concepto de origen griego llamado thymos, que se refiere a aquellos sentimientos emanados del espíritu del hombre (orgullo, pasión, etc.) y no de su razonamiento. Este enfoque permite enriquecer la comprensión del proceso histórico, ya que le da una dimensión humana al problema que es totalmente distinta a los argumentos netamente materialistas (económicos) como en los enfoques marxistas o capitalistas.

 El concepto de SFR es fundamental por cuanto define a un humano como tal, con todo lo que esto implica. Hegel argumenta que un ser humano, a diferencia de otro animal, desea cosas que no son materiales y no necesariamente contribuyen a su bienestar físico o supervivencia. En este sentido, lo que más anhela un ser humano es ser reconocido como tal, y para esto se hace necesario cometer un acto que sólo puede ser propio del ser humano. Este acto corresponde a arriesgar la propia vida sin que las condiciones físicas lo ameriten. Así, el hombre hegeliano se medirá en una lucha a muerte con otro hombre sólo para ganar el “reconocimiento” del otro. Al final de la batalla, el vencedor es reconocido como “maestro” y el perdedor como “esclavo”, lo que sienta el origen de las divisiones (o clases) sociales de Hegel. Esto será de gran importancia en el argumento de Fukuyama, ya que es precisamente este sentimiento de destacar, trascender y valorar la dignidad humana el que impulsa procesos democráticos cuando se dan las condiciones propicias para ello. Es decir, el SFR es el impulsor fundamental del proceso histórico. En efecto, no comprender esto lleva a equivocaciones frecuentes al estudiar los procesos históricos. En particular, al analizar estos procesos con una visión puramente económica (clásica), se está dejando fuera del análisis al componente central que determina el curso de la historia. Por ejemplo, el propio Adam Smith sugirió que las principales motivaciones de los ricos tienen poco que ver con necesidades materiales (The theory of moral sentiments) y las revoluciones no están asociadas a períodos de pobreza, sino más bien de prosperidad e incremento del nivel cultural, producto de las elevadas expectativas por mayores niveles de reconocimiento que estos procesos generan en la población.

Vale la pena notar que SFR es un concepto asociado a la naturaleza no racional de los seres humanos; tiene que ver con el concepto de thymos, el orgullo y la pasión por ciertas ideas que no necesariamente están asociadas a mayor bienestar físico. El argumento de Fukuyama es que este deseo lleva de manera inexorable a un régimen democrático liberal, y es distinto de lo que proponen otros autores liberales como Hobbes y Locke, que argumentaban que los estados liberales modernos estaban sustentados en la persecución individual de los deseos racionales del hombre. Esto último implica una explicación netamente económica del proceso; de ahí la importancia del enfoque de Fukuyama, que es más completo.

El argumento Fundamental de Fukuyama para sostener que la democracia liberal es la última etapa de la historia es que la relación antes descrita entre “maestro” y “esclavo” es insostenible en el tiempo, porque hace que ambas partes se sientan insatisfechas con su condición. Es evidente que el esclavo se siente insuficientemente reconocido; sin embargo, el maestro también siente lo mismo, ya que para éste el único reconocimiento válido es el de sus pares genuinos (otros maestros). Así, a medida que los “esclavos” adquieren mayor nivel de educación demandan mayores niveles de reconocimiento, y lo mismo ocurre con los “maestros” que sólo son reconocidos por sus inferiores.

Volviendo a la visión clásica del liberalismo, sus bases están en garantizar los derechos (fundamentalmente de propiedad) y libertades (fundamentalmente de no interferir con el otro). Para Hegel, en cambio, una sociedad liberal es aquella en que existe reconocimiento recíproco entre los ciudadanos. Así, la idea Hegeliana de la sociedad liberal es totalmente distinta que la idea libertaria que propone que el estado debe reducirse a la mínima expresión para no interferir con la libertad de los ciudadanos. En efecto, el estado debe ser tan grande como sea necesario para garantizar niveles satisfactorios de reconocimiento para todos los individuos. El concepto de reconocimiento es universal, ya que se reconoce a los individuos más allá de su nacionalidad o raza. Por esta razón, regímenes imperialistas o nacionalistas son esencialmente opuestos a la idea de sociedad liberal de Hegel.

Un punto importante en el camino hacia la democracia liberal es la consolidación de la religión cristiana. De acuerdo a Hegel, ésta es la primera en reconocer formalmente el principio de igualdad absoluta de los hombres (ante dios), y el principio de libertad moral (para elegir entre el bien y el mal). Así, se da un sustento espiritual a los principios de igualdad y libertad, que son los pilares fundamentales de las democracias liberales modernas.

Resumiendo, el Estado del fin de la historia se sustenta sobre 2 pilares: uno económico, que se refiere al triunfo del capitalismo basado en las ciencias naturales y el progreso tecnológico; y otro de reconocimiento, que se refiere a los derechos y deberes propios de los ciudadanos de los Estados modernos. El deseo por reconocimiento es el vínculo entre la economía liberal y la política liberal: el desarrollo económico sienta las bases para que los humanos sean conscientes de su derecho a ser reconocidos (educación), y es luego este deseo el que deriva en regímenes democráticos liberales.

Cuarta parte:
La cuarta parte del libro se refiere a los obstáculos que históricamente han dificultado la instauración de regímenes democráticos, a las contradicciones intrínsecas de los regímenes modernos no democráticos, y a los problemas que surgen al pensar en un sistema de democrático de gobernanza global.

¿Por qué la democracia todavía no se expande globalmente? Primero, porque hay culturas que tienen un componente cultural o nacional muy potente. Segundo, porque algunas religiones son esencialmente opuestas a la idea de democracia (islam). Tercero, y quizá más importante, las sociedades altamente desiguales dificultan la instauración de la democracia. En el caso extremo, los inmigrantes de EE.UU. provenían de las culturas liberales Inglesa y Holandesa; mientras que en Latinoamérica estos venían de la monárquica España, que instauró instituciones que perpetuaron la relación maestro-esclavo en las colonias. Por último, la capacidad para desarrollar una sana sociedad civil es fundamental para desarrollar la una democracia sana, ya que permite que el proceso de desarrolle “bottom-up” en lugar de “top-down”.

En términos de gobernanza global, el principio fundamental es que los Estados modernos deben saber reconocer a ciudadanos de distintos países como iguales, conservando las diferencias legales propias de cada nacionalidad. Así, Fukuyama argumenta que los regímenes que hemos observado en el siglo XX (fuera de la democracia liberal), como el imperialismo y el nacionalismo, están predestinados a desaparecer, precisamente por su incapacidad reconocer como iguales a ciudadanos de otras nacionalidades o de Estados inferiores en el caso del imperialismo. El autor argumenta que en el fin de la historia la paz aparece a partir de la naturaleza de la legitimidad que la democracia al deseo por reconocimiento de los seres humanos. En concreto, llega un punto en que simplemente no es aceptable (ni para la comunidad internacional, ni para los ciudadanos del gobierno en cuestión) que un gobierno no reconozca la dignidad de un grupo de seres humanos simplemente por su nacionalidad o invada a otro gobierno por ambiciones de poder.

Quinta parte:
La democracia liberal sólo puede ser el fin de la historia en la medida que sea capaz de satisfacer los deseos y thymos de los seres humanos. Hay principalmente dos líneas argumentativas en contra de la Democracia liberal como fin de la historia; por un lado, el argumento de izquierda es que las desigualdades propias de los sistemas capitalistas hacen que sea imposible hablar de reconocimiento igualitario entre ciudadanos; por otro, el argumento de derecha es que las personas son desiguales por naturaleza, y por lo tanto un sistema que trate de dar igual reconocimiento a todos los ciudadanos es intrínsecamente contradictorio.

Fukuyama reconoce que el capitalismo falla inevitablemente en satisfacer el deseo de reconocimiento de todos los ciudadanos, en tanto las diferencias socioeconómicas determinan, en parte, el grado de reconocimiento. Más aun, señala que existe una tensión que es necesaria e inevitable entre los principios de igualdad y libertad. Sin embargo, los sistemas democráticos liberales permiten a cada país escoger la adecuada ponderación entre igualdad y libertad para las preferencias de sus ciudadanos; así, existirán países con un mayor rol del Estado en la sociedad y unas libertades más restringidas, como los escandinavos, y otros con una mayor rol del mercado y unas libertades más extendidas, como EE.UU. Lo importante es notar que esto no constituye una contradicción de principios para un régimen democrático liberal.

La mayor amenaza para la democracia proviene del hecho que a los humanos les gusta diferenciarse del resto. Por un lado, existe un deseo de reconocimiento (SFR), pero por otro, la propia naturaleza humana y las diferencias inherentes entre unos y otros hacen que el deseo por diferenciarse sea poderoso. ¿Cómo se canaliza esto? En tiempos pasados se ha hecho con nacionalismo e imperialismo, que son organizaciones políticas que enfatizan diferencias entre los pueblos. Fukuyama argumenta que hoy existen una serie de maneras de diferenciarse que tienen que ver con demostrar el éxito profesional/social que no atentan contra el reconocimiento del resto de los ciudadanos. Qué tan exitosas son las sociedades para lograr la diferenciación entre ciudadanos cuidando del necesario reconocimiento en democracia es fundamental para que este esquema sea, de hecho, el del fin de la historia.

Por último, Fukuyama se refiere a la fragilidad y la principal amenaza para las democracias liberales. Ésta dice relación con una exacerbación de las libertades (o derechos) a costa de una falta de deberes de los ciudadanos, que son necesarios para poder vivir armónicamente en sociedad. Esto se expresa fundamentalmente en la falta de comunidad en las sociedades modernas, y se refleja claramente en algunos problemas bastante serios de estas sociedades. Por ejemplo, tomando EE.UU. esto se ve en la tasa de divorcio, los atentados de violencia, el “abandono” (dejación de los padres) de los niños en las familias, entre otros. Más aun, esta falta de comunidad se genera no a pesar de los regímenes capitalistas democráticos, sino que es potenciada por ellos. En efecto, el capitalismo y el liberalismo exacerbado promueven la atomización de los agentes y la deshumanización de las relaciones sociales y comerciales en pos de la maximización de la eficiencia productiva. En una sociedad en que todos los moralismos y la espiritualidad son relegados a un segundo plano después de lo científico-económico, no es raro que el nivel de comunidad sea pobre. Así, el principal desafío para que la democracia liberal constituya efectivamente el fin de la historia es que se logre satisfacer efectivamente la parte de thymos de los seres humanos; para esto es necesario conjugar el necesario nivel de “irracionalidad” democrática con la racionalidad capitalista liberal; vale decir, conjugar el necesario nivel de thymos con el de la parte asociada a los deseos racionales del hombre. Sin comunidad no sobrevive ninguna democracia.

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